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Crítica:

La isla del matrimonio

¿Los conflictos sentimentales de pareja se arreglan con terapia ante un asesor matrimonial o con un poco de juerga en común? ¿Qué es más sano para que una pareja con hijos pequeños se desintoxique de la batalla del hogar, una salida nocturna o un caldito en el sofá, unas vacaciones en un lugar paradisíaco con actividades cada minuto o un simple exilio temporal de los chavales? ¿Se puede arreglar el amor estructurando los pros y los contras como el que prepara una conferencia con el sistema power point? ¿El matrimonio es en demasiadas ocasiones una isla monótona y complaciente, que parece lindar sólo unos metros de una vida en soltería sorprendente y aventurera?

Vince Vaughn y Jon Favreau, intérpretes y guionistas de Todo incluido, reflexionan con acierto sobre éstos y otros temas, siempre en la órbita de la vida sentimental. Las metáforas y el retrato de personajes tienen atractivo y enormes posibilidades de desarrollo. Las situaciones planteadas en esa isla del amor a la que acuden tres parejas de amigos tan estereotipadas como reconocibles son las vías perfectas para llegar a una buena comedia. Y, sin embargo, tras construir las bases cinematográficas adecuadas, el castillo se va cayendo poco a poco.

TODO INCLUIDO

Dirección: Peter Billingsley. Intérpretes: Vince Vaughn, Jon Favreau, Kristen Bell, Jean Reno. Género: comedia. Estados Unidos, 2009.

Duración: 118 minutos.

Porque la puesta en escena del debutante Peter Billingsley es, más que funcional, directamente torpe. Porque los diálogos, salvo esporádicos chispazos, están muy por debajo del engranaje argumental. Porque los gags visuales son de trazo grueso. Porque Jean Reno desaprovecha su personaje de gurú de la autoayuda. Porque no hay un control del tempo cómico ni del ritmo secuencial. Porque tras el atrevimiento inicial, la película termina siendo tan banal, autoindulgente y lineal como alguno de los matrimonios que retrata.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 29 de enero de 2010