Dicen responsables públicos del PP que hay que abordar el debate de la cadena perpetua sin complejos. No sé a qué complejos se referirán ellos, pero se me ocurren algunos: el complejo de creer en un sistema penal orientado a la reinserción, más humanitario y compasivo; el complejo de no utilizar el sufrimiento ajeno para fines electoralistas; el complejo de pensar que una política penal debe hacerse con prudencia y reflexión, no a golpe de titular y al calor de trágicos sucesos puntuales; el complejo de saber que un endurecimiento de las penas no conlleva necesariamente una disminución de los delitos; o tal vez el complejo de creer firmemente que una mera ley no resuelve los condicionantes sociales, económicos o culturales que están detrás de la mayoría de los delitos. Quizá el verdadero problema sea que algunos no tienen ningún complejo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 31 de enero de 2010