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AL CIERRE

In 'estirabot' veritas

El remedio ha sido peor que la enfermedad. El consejero de Educación Ernest Maragall rectificó ayer en toda regla, después de que José Montilla rechazara su dimisión: "Que quede bien claro que sí, que creo que el Gobierno catalán tiene un proyecto de país", ésas fueron sus palabras. Pues, la verdad, muy claro no queda. Es más, hay sobrados indicios para pensar que ahora miente y antes decía la verdad: una conferencia en el Foro Nueva Economía y un artículo a página entera en La Vanguardia del domingo sosteniendo que tal proyecto de futuro no existía son pruebas demasiado estructuradas y comprometedoras como para que puedan desmontarlas unas apresuradas declaraciones a la salida de Palau, tras haberse reunido con el presidente de la Generalitat.

A mí, sinceramente, el estirabot maragalliano siempre me ha caído simpático, porque da un gran juego periodístico. Tanto el estirabot de Ernest como los de su hermano mayor y hasta los del abuelo de ambos. Me parecen higiénicos: tensan neuronas, airean ambientes viciados y provocan reacciones como las de los pasados días, tanto a favor (Antoni Castells) como en contra (las más): valga como muestra el blog de Joan Ferran, donde se leía que gobernar a tres no es tarea apta "para megalómanos y ciclotímicos", sin señalar a nadie, por supuesto, aunque todo el mundo supiera a quién iban dirigidos esos dardos. El problema es que el estirabot dictado por la genética no entiende de representatividades. Ya le ocurrió al presidente Maragall cuando tuvo que rectificar a toda prisa sobre el asunto del 3%. A su hermano le sucedió otro tanto ayer. Como miembro del Gobierno no podía decir que éste no tiene proyecto, por más que lo pensara. Pero la sensación que prevalece es que in 'estirabot' veritas. Esto es, que en esos arranques es donde se encuentra el auténtico pensamiento maragalliano. Divulgado en este caso no ya por un micrófono no apagado a tiempo, como le ocurrió a Huguet con su acerada opinión sobre los Juegos de Invierno de Barcelona hace unos días, sino por tribunas solventes con luz y taquígrafos. Me temo que la rectificación en este caso no evitará lo inevitable.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 16 de febrero de 2010