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Crítica:

La ternura de los rockeros más chelis

Pereza encandila a sus fieles en la presentación de 'Aviones' en el Lope de Vega

Cuesta no encariñarse de estos dos chicos, Pereza: tan colegas, tan legítimamente chuletas y rockeros, tan familiarizados con la pose barrial por mucho que sus orígenes se hundan en unas aceras, las de la Alameda de Osuna, con escaso pedigrí en aquello de la vida en el filo. Pero Rubén y Leiva, tan escuchimizados los dos y afines a la estética de los pantalones pitillo, dan bien el pego: stonianos de pro, coherentes con sus ideales estéticos, lo bastante pícaros como para avivar la imaginación de todas esas chavalitas que corean hasta la última de sus estrofas. Y con los suficientes vinilos en casa como para imaginar aquellos riffs de guitarra (Yo nací para tocar en un conjunto) que se le escaparon al mismísimo Tom Petty.

Inútil que estos dos aliados pretendan sugerir un tono más íntimo y recatado con una gira por teatros. Aunque anoche presentaban su quinto álbum, Aviones, en un escenario tan noble como el teatro Lope de Vega, la platea al completo ya se descocaba a los primeros acordes de Leones, el tema inaugural. Jugaban en casa, sin duda, pero da igual: atesoran docena y media de composiciones pegadizas, juguetonas, lo bastante seductoras como para captar adhesiones en cualquier recodo de habla hispana.

Se complementan bien. Leiva, el más malote y bohemio, el del sombrero de vagabundeo y furgoneta; Rubén, el rockero hecho y derecho, el modélico padre de familia con amplia colección de gafas oscuras. El primero, autor de las letras más lúbricas de los últimos años (con excepción del nuevo disco de Bebe); también del verso más desafortunado, ése de "Fuiste un putón, pero eras my love". El segundo, más recatado, pero con mucha guasa. En el fondo, un par de tipos tiernos bajo su coraza de irredentos chelis del asfalto. La idiosincrasia madrileña, como apunta el indiscreto vecino de butaca.

Introdujeron su tema Beatles con una hábil cita de We can work it out y vivieron sus mejores momentos con el amigo (y maestro) Ariel Rot acompañándoles en la meritoria Llévame al baile. No descubren nada, cierto, pero tienen a los suyos en palmitas. Y les premian con dos docenas largas de piezas resultonas. Enamoramiento recíproco y colectivo, qué demonios.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de febrero de 2010