Los diferentes datos, encuestas de opinión y clasificaciones que periódicamente sacan a la luz diferentes instituciones ponen en evidencia que en nuestro país hay algo en la educación que no marcha bien.
Es un síntoma grave, ya que el sistema educativo repercute directamente en la sociedad en la que vivimos; estudiantes que no saben quién fue Franco, que se quedan en la ESO -o ni siquiera alcanzan a superarla- y a los que les cuesta cada vez más terminar la carrera, por no hablar del escaso hábito de lectura entre los habitantes de las aulas.
Y es que, en síntesis, la educación española es un arma política que se reforma continuamente cada vez que el Gobierno cambia de mano. Es también una actividad, la del estudio, ingrata, alejada de algo que no sea memorizar largos y tediosos apuntes para después plasmarlos en el papel.
Gran parte de ello se termina olvidando a los pocos meses, con lo que me pregunto, ¿es válido que la enseñanza sea de esta forma?
Quizá sea hora de apostar realmente por un método práctico de aprendizaje, que despierte el interés del alumnado y que se aproveche de sus ansias por saber, porque las tiene, no lo duden, sólo que andan perdidas con las musarañas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 5 de marzo de 2010