Ha transcurrido un siglo desde la aprobación de la propuesta de la alemana Clara Zetkin en el II Congreso Nacional de Mujeres Socialistas en Copenhague. Esta jornada internacional del 8 de marzo representa una lucha ininterrumpida por el sendero de trabas que la historia le impuso a la mujer, y en el que muchas de ellas perecieron ante la reivindicación de sus derechos. Triunfaron, pero no sin antes sufrir ataques y detenciones.
Nunca medidas tan desproporcionadas debieron imponerse frente a la lógica de quienes reclamaban mejores condiciones de vida y de trabajo para las mujeres nacionales o inmigradas, la abolición de la explotación infantil y el sufragio femenino. Y este camino continúa, porque los derechos conquistados no dejan de ser vulnerables, y aún desde los propios códigos legales y sociales de otros países se ejerce discriminación.
Mujeres de todo el mundo siguen demandando libertades y derechos básicos como acceder a la educación, la cultura, el trabajo o la política. Y aunque en los últimos años la participación de la mujer en cargos políticos ha sido notoria -destacando las presidencias de Angela Merkel, Ellen Johnson-Sirleaf o Michelle Bachelet-, expresan hoy, y en nombre de las que son silenciadas, su voluntad de participar en condiciones de igualdad en sectores en los que tradicionalmente su participación ha sido minoritaria, o simplemente poder dirigir su propia vida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 11 de marzo de 2010