No hace mucho mantuve una sustanciosa y para mí esclarecedora conversación con el director de mi sucursal bancaria. La conversación giró sobre cómo habían aumentado los delitos financieros en las economías más ricas del planeta y toda la secuela de pobreza que estaba acarreando. Ante mi estupor, este directivo me argumentó, con el ardor del converso, que en el mundo financiero no existe el delito: existe el riesgo. En economía todo producto o acto financiero es legítimo per se, lo único que hay que tener en cuenta es que a mayor beneficio, mayor riesgo. Los más temerarios invierten su dinero en Madoff o incluso en productos mucho más opacos relacionados con el narcotráfico, donde además es necesario que existan paraísos fiscales para que todo funcione eficientemente. Finalmente, quedan los pusilánimes que suelen invertir en bonos del Estado.
Esta conversación me dejó perplejo por los planteamientos de este joven directivo, depredador sin escrúpulos, pero sobre todo lo que más me preocupa es pensar que los infravalores éticos que este mequetrefe defendía son, probablemente, la parte más valiosa de su currículo para ascender en el escalafón de este sistema.-
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 19 de marzo de 2010