Un metro y veinte centímetros. La altura exacta para buscar la verdad con ingenuidad y limpieza; la estatura de un niño que contempla lo que ocurre ante sus ojos sin prejuicios ni malicia. Veinte fotógrafos se han agachado y han disparado su cámara para captar su mirada en ese instante. Las imágenes se pueden ver hasta el 13 de abril en Efti (Fuenterrabía, 4) y conmemoran el 50º aniversario de la Declaración de los Derechos del Niño.
La exposición está llena de imágenes dramáticas, junto a otras en las que se ve a niños felices por dramática que sea la situación. El resultado es siempre conmovedor. Nadie quedará indiferente ante la imagen de dos niños que esnifan pegamento sentados en sendas sepulturas del cementerio de Tánger (Luis de la Vega, 2004). Y la desazón crece ante la mano y la boca de un niño que asoman por el ventanuco de un psiquiátrico de Ruanda (José Cendón, 2006). El contraste entre el azul desvencijado del muro y el brazo negro que intenta agarrarse al exterior es impactante.
Luego, penosos retratos de hambre y desesperanza con críos rebuscando comida en basureros del extrarradio de México DF, Phnom Penh o Río. La violencia que desgarra su presente y su futuro también pasa por fotografías tomadas en Guatemala, Kenia, Kurdistán...
De los campos de refugiados esparcidos por el mundo vienen los únicos apuntes de optimismo: en medio de los peores dramas, hay pequeños capaces de aislarse, jugar y sonreír.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de marzo de 2010