La Iglesia no tiene un líder adecuado, y no ha sabido reaccionar y coger el toro por los cuernos con los casos de pederastia. Es un hecho que la Iglesia ha estado preocupada más por su reputación que por las víctimas de los pederastas, a los que ni ha atendido, ni se ha preocupado de ayudar, ni de hacerles justicia. Contrasta enormemente las excomuniones y sanciones contra los fieles que no siguen las normas del Clero, con las condenas suaves y a veces inexistentes a los miembros del clero por actos claramente criminales y moralmente repudiables como este.
La Iglesia debería identificar a todos los pederastas, expulsarlos de su comunidad (excomunión), entregarlos a las autoridades civiles, pedir públicamente perdón, aceptar su responsabilidad y compensar a las víctimas, y establecer los mecanismos necesarios para evitar que pederastas se conviertan en miembros del clero. En pocas palabras, debería demostrar una voluntad clara de hacer frente al problema y resolverlo, reconocer que ha fallado y aceptar las consecuencias. Y no parece que haya voluntad de hacerlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de abril de 2010