Laboristas y conservadores se han intercambiado el poder en el Reino Unido durante casi un siglo. El próximo jueves, según todos los indicios, ese duopolio casi perfecto desaparecerá para dar entrada en la gobernación del país a los liberal-demócratas, surgidos con fuerza de la mano de Nick Clegg. Muchos apreciaron en él, en el primer debate electoral televisado entre candidatos, al tercer hombre necesario para sacar a la política británica de su agobiante predecibilidad.
Así, el argumento decisivo del 6 de mayo es si se rompe el candado laborista-conservador en el Parlamento de Westminster. Y cuál será la aritmética que alumbrará el nuevo poder para los próximos cinco años, con las últimas encuestas colocando consistentemente por delante a los conservadores de David Cameron, aunque con mucha menos ventaja que hace unos meses. Cameron ha conseguido modernizar a los tories, lo que no es poco, pero no parece haber convencido suficientemente a sus conciudadanos de que representa el cambio necesario, sobre todo en el crítico terreno económico. El liberal Clegg ha aportado la frescura a la campaña y a la televisión, y con ella las numerosas contradicciones del tercer partido. El papel más cansino, en la calle y los platós, ha corrido a cargo de Gordon Brown.
Que el laborismo haya llegado a estas vísperas electorales tan escaso de apoyo tiene su mejor explicación en la fatiga de los votantes con un partido igualmente cansado y desunido, más bien vacío de ideas y con unos cuantos cadáveres en el armario tras 13 años de poder. No ha ayudado la personalidad de Brown, competente en su registro económico, pero un primer ministro indeciso, plúmbeo y propenso a la pifia, imagen última de una izquierda de la que finalmente han desertado hasta valedores tan incondicionales como The Guardian.
Todo sugiere que los británicos van a votar más a personalidades políticas que a programas, frecuentemente inconcretos, cuando no contradictorios. En su injusto sistema electoral, pequeñas diferencias de votos implican grandes diferencias en los escaños que obtiene cada partido. Los vaticinios coinciden en que ninguno de los tres dispondrá de la mayoría (la mitad más uno) de los 650 diputados de los Comunes. Si es así, los inevitables realineamientos harán más saludable y vivaz la política en Reino Unido.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 2 de mayo de 2010