En las crisis aeroportuarias los responsables de información no tienen nombre y apellidos. Como máximo, una inicial y un punto. En el mostrador de Aena del aeropuerto de Santiago de Compostela, A. pronosticó ayer durante toda la mañana que la nube de cenizas del volcán de nombre impronunciable avanzaría hacia el este. Según sus mapas, el aeropuerto empezaría a operar a las cuatro de la tarde.
Es la una de la tarde y un enjambre de turistas, ejecutivos, peregrinos y viajantes ocasionales se mezcla en los pasillos del aeropuerto, cerrado por segundo día como los de A Coruña y Vigo. En total, unas 4.000 personas se han quedado en tierra este fin de semana. Ellos sí tienen identidades completas. Están Harry Wise y Elisabeth Kroeger, él de Londres, ella de Hamburgo, deseando volver a sus hogares tras completar varias etapas del Camino de Santiago. Wise, con experiencia como trabajador en Heathrow, no pone demasiada fe en los paneles que anuncian vuelos. Y menos en que su compañía de bajo coste, Ryan Air, le vaya a resolver su papeleta. "Pagué 26 euros por venir desde Londres, no espero demasiado. El personal sabe tanto del volcán como usted y yo", se resigna. A su lado, Elisabeth no concede más crédito a Air Berlin, que habría de llevarla a Alemania. Como Elena, que acaba de recibir un sms de Vueling alertándola de que su avión tampoco saldrá.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de mayo de 2010