Muy lúcido y recomendable el artículo de Ignacio Urquizu del jueves 13 de mayo publicado en EL PAÍS, La corrupción y los límites de la democracia, donde analiza la incidencia de la corrupción en las democracias y sus derivadas en el voto cuando se convocan elecciones. No obstante, y a mi modesto entender, hay un aspecto que se le escapa, quizá por las limitaciones del espacio.
Es decir, soy de los que piensan que los votantes a partidos de izquierda pasamos una mayor factura a los mismos, en casos de corrupción, comparativamente al precio que les hacen pagar los de derechas a los suyos. Y a las pruebas y a mi comportamiento, absteniéndome en las elecciones de 1996, tras las corruptelas de Roldán y compañía, me remito. No sé, no es ponerse de ejemplo de nada, pero es como si diéramos un sentido a eso que llamamos ética y no todo nos valiera. Que al ciudadano le detraigan prestaciones en educación, sanidad, dependencias, etcétera, como consecuencia del saqueo de los dineros públicos por unos cuantos aprovechados a la sombra de quienes los manejan, a mí me preocupa y me afecta. Y se los cobraría a quien lo consintiera, cuando no han sido el mismo consentidor o su partido, financiándose ilegalmente, los beneficiados.
Pero, claro, hay votantes y votantes. Y ello con independencia de la tan traída y llevada crisis, que casualmente suele afectar a los de siempre. Insisto, algunos, por encima de nuestra ideología, situamos esta ética de andar por casa que yo aprendí fijándome en mi padre.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de mayo de 2010