Selecciona Edición
Selecciona Edición
Tamaño letra
Necrológica:

Andor Lilienthal, el Matusalén del ajedrez

A los 95 años nadaba asiduamente, y viajó de su casa en Budapest (Hungría) a la Olimpiada de Ajedrez de Turín (Italia) al volante de su coche. A los 98, analizaba partidas y leía revistas técnicas. Andor Lilienthal (1911-2010), fallecido el 8 de mayo, tres días después de cumplir 99 años de vida novelesca, era el gran maestro más anciano y el ejemplo más impresionante de un hecho que merece investigación científica: casi todos los ajedrecistas mayores de 75 años están muy lúcidos, y es rarísimo encontrar uno que padezca el mal de alzhéimer.

El pequeño Andor aprendió pronto que los viajes son la mejor escuela de vida. A los dos años emigró de su Moscú natal a Hungría, donde la magia del ajedrez le cautivó tarde, a los 16 años, cuando era aprendiz de sastre sin empleo. La necesidad de comer se fundió con su gran talento natural, y empezó a jugar por dinero en los cafés de Budapest. Entre otros, con el compositor Serguéi Prokófiev, uno de los muchos astros de la música que destacaron en el deporte mental.

Lilienthal solía decir que el ajedrez le dio de comer y le salvó la vida. Era judío, y centenares de miles de judíos húngaros fueron exterminados durante la ocupación nazi. Y es que, el 27 de diciembre de 1934, en el tradicional torneo de Hastings (Inglaterra), su bellísima victoria sobre el cubano Capablanca, campeón del mundo de 1921 a 1927, quedó como una de las obras maestras de la historia que dejan un recuerdo imborrable en el aficionado. Por ella logró una invitación al torneo de Moscú 1935, la residencia en Rusia (hasta 1975), la doble nacionalidad y el triunfo en el Campeonato de la URSS de 1940, parte de un palmarés increíble en un jugador de café cuyos éxitos se debieron mucho más al talento que al trabajo.

Lili también se hizo famoso y ganó dinero en los cenáculos más renombrados de Viena y Berlín, y en el legendario Café de la Régence de París, donde derrotó por 3-1 a otro inmortal campeón del mundo, Alexánder Aliojin (mal transcrito como Alekhine). Cuando este le pidió la revancha, el húngaro se negó con elegancia: "Compréndame, prefiero recordar este éxito el resto de mi vida". Aliojin lo entendió y se convirtió en el protector de un hombre que nunca tuvo enemigos, y que conoció a todos los campeones oficiales del mundo oficiales, salvo al primero (Steinitz, 1836-1900).

Tres esposas compartieron su vida. De la última, 30 años más joven, dijo con sorna: "Es demasiado mayor para mí".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de mayo de 2010