Espectáculo exquisito, sentido y calculado al milímetro, puede verificarse la espléndida madurez de Belén Maya, su particular personalidad y sus maneras, desde el ataque de las frases a los silencios, desde la respiración hasta la intención de su sobrio manejo de la bata de cola. El vestuario aparece sin firmar, pero es también protagonista: una sinfonía de grises que sólo se interrumpe fatídicamente con un desafortunado traje blanco. La bata de cola aparece como lenguaje y vector expresivo que se manipula a placer y con eficacia. La bata roja es la sangre, vida que se escapa, se vuelve agua y deja un rastro efímero y mordiente, algo que puede ser llanto y huella, el pasado.
Acompaña Olga Pericet, ciertamente esteticista y haciendo su parte con soltura, integrándose en unos bailes fuertes algunos, desgarrados otros. De bailes alegres nada: esta obra deja al espectador con el corazón en un puño, tanto por la intensa calidad como por lo que se oye y se ve. Hay unas maneras gentiles y acusadas de tocar lo vernáculo en las poses, remiten a las estampas culteranas, otras a lo corralero. Belén respira, ríe, se muestra viva y entregada al río de la vida, viaje sentimental con transiciones costosas, respiración de azoro en un suelo de planos de luz, acotaciones entre lo real y lo fatuo. Viene al hilo una idea de Vicente Marrero: la perenne necesidad de la bailarina solitaria, enfática y lúcida, su razón de ser, su poesía y su misterio.
BAILES ALEGRES PARA PERSONAS TRISTES
Compañía Belén Maya
Coreografía y baile: Belén Maya y Olga Pericet. Dirección musical y dramaturgia: David Montero. Teatro Fernán Gómez. Hasta el 6 de junio.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de junio de 2010