Celtics y Lakers juegan al mismo deporte (baloncesto), pero son dos estados de ánimo antagónicos. La comparación con el Barça y el Real Madrid se queda corta. Entre el Bernabéu y el Nou Camp hay tensión de alto voltaje y una brecha parapolítica; pero también hay terrenos comunes donde la ironía favorece el acuerdo. Entre Boston y Los Ángeles media un abismo que, incluso medido por la amable corrosión de Woody Allen, resulta infranqueable: "En California no tiran la basura; la convierten en programas de televisión", dice su álter ego hipocondríaco en Annie Hall. Para un bostoniano, el exhibicionismo de los californianos, bronceados, nacarados y derrochadores, resulta de un mal gusto insufrible; para un angelino la sosa rigidez de la Costa Este bordea la ofensa. Lakers y Celtics reproducen la tensión de los estereotipos. Los Lakers juegan con lentejuelas y zapatillas de purpurina; Celtics, con traje de faena y zuecos. La ilusión del lugar común es tan intensa que la cinta en la frente del laker Bynum parece una diadema y en la cabeza del celtic Rajon Rondo semeja el pañuelo de cuatro nudos de un albañil.
Décadas de dinero enterrado en fabricar un espectáculo total han sedimentado las diferencias hasta convertirlas en parte del entertainment. Si EE UU y sus afiliados culturales sueñan con una final eterna Boston-Los Ángeles es porque a la épica de la cancha se suma el drama de las gradas. Beat LA! braman en el TD Banknorth; Down with Celtics! sonríe mefistofélico Jack Nicholson en la primera fila de oropel del Staples Center.
En la década de los setenta los españoles con insomnio comprendieron el ánima de este duelo. Los Lakers explotaban la traca de talentos falleros como Magic Johnson, James Worthy o Abdul-Jabbar, caminando por el alambre de un mate llamativo, un pase de espaldas o un gancho patentado (sky hook). Los Celtics trabajaban el sudor defensivo y al profesional más grande que ha pisado una pista de baloncesto, un tal Larry Bird. Otros jugadores eran más ágiles (casi todos) o más brillantes. Pero Larry encarnó el espíritu espartano de Boston, la mecánica perfecta del matador: armar el brazo, lanzar y encestar. Ni un miligramo de grasa exhibicionista. Así son los Celtics.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 7 de junio de 2010