Palabras como territorios ocupados, refugiados, muros, colonos, deberían ser suficientes para ponernos en pie, uno detrás de otro, hasta formar una fila de interminable exigencia para que los políticos que suponemos nos representan exijan a su vez algo más que reflexiones.
Pero no es así. Es más, hemos de soportar cómo se cuelan hasta el último rincón de nuestros oídos justificaciones que rozan lo abstracto de puro sinsentido, llenas del más absoluto vacío, en las voces de Netanyahu y otros dirigentes. Alguien debería dejarles sobre su escritorio un mapa del territorio otorgado (¿regalado?) a Israel por la ONU en 1947 y compararlo con el actual. Si no se les cae la cara de vergüenza sobre él, quizá podrían verlo como un punto de partida en el que invertir mejor su tiempo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de junio de 2010