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COLUMNA

Pequeños aires de grandeza

"Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". Lo han dicho hasta Angela Merkel y David Cameron. Y los tropecientos comentaristas de la crisis. Es el diagnóstico más repetido. También el que más nos responsabiliza a todos: del mileurista al presidente del gobierno, todos nos habríamos contado el cuento de la lechera. Una ensoñación colectiva. Como esta leche es muy buena, dará mucha nata. La batiré hasta que se convierta en una mantequilla blanca y sabrosa que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero, me compraré una canasta de huevos y en cuatro días tendré la granja llena de pollitos. Cuando empiecen a crecer, los venderé a buen precio, y con el dinero que saque me compraré el vestido más elegante. Cuando lo vean, todas se morirán de la envidia. Me lo pondré el día de la fiesta mayor y conquistaré al hijo del alcalde... Hasta que un resbalón nos despierta de nuestros pequeños aires de grandeza (valga el oxímoron), dejando el suelo perdido de leche esperanzada.

Es un diagnóstico que insiste en que nos hemos entregado demasiado alegremente al crédito y al endeudamiento, pensando que la economía (la general y la propia) no puede hacer sino crecer, que existe una ley inexorable hacia el progreso, que Dios (o el Estado) proveerá. Otros comentaristas han subrayado también esa responsabilidad común. Al fin y al cabo, ¿quiénes son los personajes más famosos y admirados? Todos los que han dado un tipo u otro de pelotazo: los que se han enriquecido o afamado con facilidad, lecheras triunfantes. Un espejo (de)formante en el que se mira y solaza gran parte de la ciudadanía.

Seguramente todos estos analistas tienen parte de razón, pero que no vengan diciendo que esa distribución de responsabilidades es equitativa. Para empezar, ninguna autoridad política nos había prevenido hasta anteayer de que "vivíamos por encima de nuestras posibilidades"; ni ellos mismos se habían enterado o habían querido enterarse, ni, por tanto, habían hecho nada para evitarlo. Los niveles de responsabilidad son bien distintos, y una crisis sistémica sólo puede tener una respuesta sistémica, coordinada entre los diversos países y con cambios estructurales en la regulación de los mercados financieros, de las políticas fiscales, etcétera. Por eso mismo fastidia tanto cuando, por ejemplo, el editorial de algún periódico nos vende consejos psicológicos: "El espíritu de superación de Nadal, una lección en tiempos de crisis".

El informe de Cáritas (2007-2009) recién presentado -y poco publicitado- cuenta que en este periodo ha crecido en un millón el número de pobres, de modo que más de nueve millones de personas viven en España con menos de 6.000 euros anuales. Dudo que puedan salir de ese agujero únicamente con "el espíritu de Nadal". Dudo que se atrevan a contarse siquiera el cuento de la lechera, a fabricarse sus pequeños aires de grandeza.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 9 de junio de 2010