Por primera vez veo fuera de su centro a Ibérica, conjunto solvente por su seriedad que tiene algo muy difícil en esta profesión: un estilo propio y distinguible. Las estaciones es un experimento fallido mírese por donde se mire: no funciona la concepción global ni las partes en sí mismas. Tampoco la suite musical, que resulta apabullante sobre bailarín y espectador.
Hay que decir que Ibérica consigue dos momentos de moralidad intencionada y esfuerzo coral, donde va en la senda que domina, tanto en el paso como en la evolución, en el canon y en el secuenciado rítmico, y su esmero estético se vio con las hermosas proyecciones abstractas, pero falló lo que siempre acertaba: el vestuario. Intentando síntesis moderna, resultó pobre y no casaba armoniosamente con la línea de danza; tampoco la pareja de acróbatas resulta eficaz y su papel bisagra se reduce a unos ejercicios elementales hechos sin soltura.
LAS ESTACIONES
Coreografías: Manuel Segovia, Juan de Torres y Daniela Merlo. Música: A. Savall, A. Tobías, M. Corretjé y otros. Escenografías: Bet Calderer y J. de Torres. Vestuarios: Alejandro Andujar, Violeta Ruiz y Liza Bassi. Ibérica de Danza y Larumbe Danza. Teatro Fernán Gómez, 12 de junio.
El caso de Larumbe es menos gratificante, con una plantilla inepta, de flagrante amateurismo y pretensiones que desbordan sus posibilidades, el movimiento planteado no tiene asidero ni coherencia; sucesión anárquica de dislocaciones sobre un escenario confuso, se alargó hasta la extenuación.
La mezcla de estilos es zona de riesgo y ha tentado a coreógrafos y directores; de ello se ha ocupado la literatura coréutica. Graham decía que no hay divorcio real entre maneras de presentación del baile, sino conciencias diferentes a la hora de asumir el ejercicio. La exploración ha fallado esta vez: un divorcio inevitable.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de junio de 2010