Son de agradecer los mensajes optimistas como que de toda crisis puede salir algo bueno, que se sustituye lo inútil y en definitiva se sale beneficiado.
Sin ser ello del todo falso, es bien sabido que: a) las anteriores crisis (1978-1981, 1992-1995) dejaron un paro estructural que ya no se absorbió en la fase de remonte posterior, al cual se ha sumado ahora el generado por la quiebra inmobiliaria y la crisis mundial; b) al grito de ¡hay crisis, sálvese quien pueda!, unos trabajadores son echados a la calle y los que quedan, además de atemorizados por el miedo de ser los siguientes, cargan con más trabajo, el suyo y el de los compañeros despedidos; c) se están atacando conquistas que habían sido fruto de una larga brega, como el número de médicos por cada mil habitantes, el número de alumnos por aula o los servicios sociales en general; d) se recorta el salario y no se contiene el furor por la ganancia ciega de las grandes empresas que gozan de casi monopolio (gas, electricidad, telefonía y otros servicios imprescindibles); e) nada se habla de gravar las mayores fortunas, controlar los bancos, perseguir el fraude fiscal o la evasión de capitales.
Estas y otras agresiones sumamente preocupantes y tal vez irreversibles, ¿han de ser aceptadas con resignación.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de junio de 2010