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Análisis:EL ACENTO

Sanción al despropósito

La Policlínica Tibidabo de Barcelona está siendo investigada por la Generalitat porque, presuntamente, ofrece a algunos de sus pacientes pastillas y tratamientos psiquiátricos

para curarse la homosexualidad. El Gobierno catalán impondrá una sanción económica al centro

si se confirmase que incurre en unas terapias que poco tienen que ver con la ciencia y mucho con fundamentalismos ideológicos, casi siempre de origen religioso. La Organización Mundial de la Salud (OMS) dejó de definir a la homosexualidad como una enfermedad en 1990, por citar una institución de referencia y una fecha que resulta sorprendentemente tardía para reconocer una orientación que tiene que ver con la libertad individual

y no supone dolencia

ni desviación alguna.

Aun así, el psiquiatra Joaquín Muñoz, que ofrece sus servicios

en ese centro, dice

que "nadie quiere ser homosexual, le cae encima", como si se tratara de una condena divina, y explica que si hubiera una pastilla

que te cambiara la orientación sexual,

el 99% de los gays la tomaría. El Colegio de Médicos de Cataluña

le está investigando.

En 2005, un catedrático

de Psicología de

la Universidad privada San Pablo-CEU, Aquilino Polaino, fue al Senado para decir que a los homosexuales se les podía "ayudar con terapia reparativa". Había acudido allí requerido por el Grupo Popular cuando se debatía la ley del matrimonio gay en la Comisión de Justicia. Ahora mismo, en uno

de los blogs de la edición digital de Intereconomía, se ofrecen varios enlaces que abundan en esa idea: la homosexualidad es un trastorno que

debe ser curado.

Lo grave del caso es el maquillaje científico con que se adornan argumentos ideológicos. Y lo irritante es que seguro que hay gays que padecen quebrantos, pero que no derivan

de su orientación sexual, si pudieran vivirla libremente, sino de

la terrible presión

que sufren de esos guardianes de las viejas esencias

que no cesan de culpabilizar sus querencias. Por mucho que cambien las cosas, hay quienes siguen mostrando los colmillos a los que no cumplen sus normas. Y a estos no hay manera de curarlos. Así que no está mal que por lo menos

los multen.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 16 de junio de 2010