Muchos habíamos pensado ingenuamente que la actual crisis financiera podía ser una ocasión para introducir controles democráticos que regularan la opacidad con la que operan los mercados y evitaran situaciones similares en el futuro.
Nos equivocamos. Las medidas que se están tomando en toda Europa apuntan más bien a un progresivo desmantelamiento de lo que aún quedaba del Estado de bienestar (disminución de ingresos para las clases medias y bajas, aumento de la edad de jubilación, disminución de las ayudas al desarrollo, mantenimiento de privilegios fiscales para los ricos, disminución de gastos sociales, etcétera).
Son medidas dictadas por los grupos financieros que se imponen a los Gobiernos, cuyas decisiones políticas no responden a la voluntad de quienes les votaron sino a las presiones de los mercados.
Al menos queda clara una conclusión: la democracia es incompatible con el capitalismo financiero. Habrá que elegir. Si nos dejan.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 16 de junio de 2010