Los cachivaches tienen poco espacio en mi vida. Difíciles mudanzas en el pasado me han entrenado a quedarme con lo imprescindible y deshacerme de esa heterogénea colección de objetos de cuestionable valor sentimental que nos sentimos obligados a arrastrar a lo largo de nuestra vida. Pero hay una caja de zapatos de la que no me he podido desprender. Su contenido: Naranjitos, diversas metamorfosis de aquella mascota del Mundial de fútbol español de 1982. Me pareció grotescamente kitsch, tanto que decidí coleccionar todo tipo de souvenirs con esta mascota: bolígrafos, tazas de café, abanicos, postales, quitapenas, etc.
Mis amigos empezaron a contribuir a mi colección, compitiendo a ver quién podía conseguir el Naranjito más absurdo e incomprensible. Ahora tengo un enorme cariño a Naranjito, que me recuerda a mis últimos años escolares antes de entrar en el mundo de los adultos, y también a una España algo ingenua que estaba comenzando a conocerse.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 20 de junio de 2010