Esta quería ser una cumbre realista. Hartos de tantos compromisos incumplidos, los líderes mundiales pretendían que la reunión del G-8 alcanzara solo acuerdos verificables. El resultado fue un pobre plan para la ayuda a la maternidad en África, una tenue condena a Irán y Corea del Norte y, sobre todo, la constatación de que el propio G-8 ha perdido sentido, que la coordinación de esfuerzos internacionales es casi imposible y que el mundo carece de un liderazgo fuerte en un momento histórico política y económicamente muy delicado.
El sueño de un pequeño paraíso democrático y multicultural en Asia Central está amenazado. Kirguizistán, uno de los cinco Estados centroasiáticos surgidos del derrumbe de la URSS en 1991, celebra hoy un referéndum para legitimar el proceso político que se inició con el derrocamiento del presidente Kurmanbek Bakíyev en abril.
Angela Merkel se había enterado solo dos horas antes. El democristiano Horst Köhler, presidente federal de Alemania, dimitió el 31 de mayo ante el pasmo de los reporteros convocados al palacio presidencial de Bellevue. Nadie se esperaba la retirada de Köhler, cuya elección en 2004 -cuando aún era canciller el socialdemócrata Gerhard Schröder- supuso un éxito democristiano y un augurio de la actual coalición entre la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Liberal (FDP).