Estoy viendo los Mundiales y los he visto otros años. Antiguamente, con mi ex marido, cuando el Mundial del 82; el último estaba sola y este, con Pablo (mi marido) y con mis hijos. No soy futbolera, pero cuando juega España sigo siendo racial: es mi equipo. Hace unos años era de Míchel, y del Madrid, pero no iba al campo.
Con los Mundiales, mi hija me decía el otro día que había que poner una demanda, no se sabía a quién, porque en el momento que empiezan las mujeres pasamos a un segundo plano. Ahí sí que tendría que poner orden Bibiana y decir que, por favor, nos hagan caso, porque es imposible. Cuando empieza el Mundial, ya pueden jugar Alemania, Argentina, Estados Unidos, Checoslovaquia..., que da lo mismo: ahí se ponen delante de la tele. Y a ti, que te zurzan.
El mejor recuerdo que tengo de los Mundiales es la mano de Dios, Maradona, eso está claro. Ese Mundial en el que jugó Maradona y metió ese gol a Inglaterra, y, además, tal y como estaban las cosas en aquella época, con lo de las Malvinas y tal, eso fue apoteósico. Ahí sí que estaba la mano de Dios de verdad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 30 de junio de 2010