No soy un gran aficionado, pero con mi hijo veo algunos partidos y lo que más me atrae de este Mundial es la sensación de que los países que hasta el momento se consideraban como los indiscutibles en términos futbolísticos están perdiendo su clara primacía ante el empuje de otros aparentemente más modestos. Esto es muy atractivo.
Cuando estoy viendo un partido en el que juega España, llego incluso a ponerme nervioso. El fútbol también, y sobre todo, es una vía de escape, pues, de lo contrario, tampoco se entiende que tantos millones de equilibrados se fundan cada dos fines de semana. La ciudad, cada vez que hay un partido de la selección, sufre una transformación, de absorción de intensidades. Por ejemplo, el tráfico cede toda su intensidad a las ondas electro-acústicas que viajan, en este caso, hasta Sudáfrica.
Todo esto es bastante bonito.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 30 de junio de 2010