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COLUMNA

MÉXICO

Michael Corleone estaba seguro de que cuando los enemigos atacan de verdad embisten contra lo que más quieres. Lo comprobará en su grito, deudor del que pintó Edward Munch, al contemplar como matan a su hija. En Traffic, el personaje que interpreta Michael Douglas, ese político norteamericano con infinito poder para enfrentarse al narcotráfico, tira la toalla y abandona el cargo al constatar que el negocio es invulnerable mientras que exista demanda. También verá a su hija adolescente con un aguja en la vena, ofreciendo su cuerpo para espantar el mono. La novela El poder del perro se inicia con la tortura ritual y la espeluznante matanza de una abigarrada familia en una hacienda de México. El diablo, probablemente tituló el anciano Bresson uno de sus últimos y doloridos testamentos. Bolaño se despidió con 2666, dando notaría de las diabólicas, continuas e impunes masacres de mujeres en Ciudad Juárez.

Hasta los agnósticos acabaremos convencidos de que Satanás ha escogido México para hacer turismo. La cifra de 25.000 asesinatos en tres años, muchos de ellos con huellas de mutilación y demorado sadismo, solo la puede haber planeado él. En esa cultura de machos, no se limitan ajustar viriles cuentas entre ellos, sino que incluyen a niños, mujeres y viejos. En nombre del poder y el dinero que otorga el mercado de la droga. El Estado nunca legalizará la mercancía. Se acabaría el bisnes. Y da la pavorosa sensación de que el pringue impregna a demasiada gente. Los moralistas también echarían un cable para crucificar al que pretendiera regular la droga en las farmacias.

El higiénico Zapatero, empeñado en labores tan nobles como que los enfermizos fumadores se sientan como delincuentes (aunque el cínico Estado se lleve un pastón gracias a su vicio) y en fulminar la explotación sexual prohibiendo los anuncios de puterío caro en los periódicos, tampoco muestra el menor cariño por esa barbarie de machacar el trapicheo despenalizando las sustancias prohibidas. Veo que el patriarca de los Charlines ya está libre después de largo trullo. En su antiguo feudo conocí a una pandilla de críos que se engancharon al jaco con 16 años. Era inocuo, era barato, era guay. Las rosas duraron poco. Después solo hubo espinas. Ninguno cumplió los 40.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 18 de julio de 2010