Las situaciones extremas exponen al ser humano a reacciones inesperadas. Cuando el Ministerio del Interior inició un programa de reinserción de etarras arrepentidos en aplicación de una cabal política penitenciaria prefirió hacerlo con discrección. Aún está reciente el recuerdo de Pilar Elías, la concejal del PP de Azpeitia, cuyo caso hizo correr ríos de tinta. Esta mujer, viuda de Ramón Baglietto, se encontró de la noche a la mañana con una cristalería en los bajos de su edificio regentada por Kandido Aspiazu, un ex etarra que 24 años atrás había asesinado a su marido.
A raíz de que EL PAÍS publicara la semana pasada que siete ex etarras arrepentidos han accedido a permisos y están a la espera de la prisión atenuada, la primera reacción ciudadana ha sido, en efecto, inesperada. Maixabel Lasa, la viuda del ex gobernador civil de Guipúzcoa Juan María Jáuregui, ha declarado que tales medidas le parecen positivas aunque resulten dolorosas para las víctimas.
Relatos como el de Seweryna Szmaglewska, superviviente de un campo de concentración y autora de Una mujer en Birkenau, aleccionaron al mundo acerca de la capacidad de maldad del ser humano. El relato que están escribiendo tantas familias españolas dispuestas a perdonar a cambio de un poco de empatía es la otra cara de la moneda. 153 juzgados y tribunales de España están poniendo en marcha programas de mediación y, a veces, las reacciones de las víctimas nos reconcilian con nuestra especie.
Iker solo tenía 17 años cuando perdió a su padre. Lo mató un hombre, drogado y borracho, porque no le había dejado entrar en una discoteca la noche previa. Ocho años después, Iker, aún roto por la ausencia, se siente capaz de ver a ese hombre y escuchar sus palabras de arrepentimiento porque sabe que eso le hará bien al verdugo y facilitará su futuro. De la misma manera, una mujer a la que un tironero le rompió la cadera es capaz de ayudar a su agresor a expiar sus culpas dejándose acompañar cada día a la rehabilitación.
Es difícil entender por qué la heroicidad se sigue asociando casi en exclusiva a los conflictos y no a sus resoluciones.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de julio de 2010