Podríamos hacernos, ante lo vivido en el curso político que se cierra, una doble pregunta y un doble problema que el intelectual George Steiner expone en su libro Lenguaje y silencio: ¿la disminución de la fuerza vital del lenguaje mismo contribuye al desdoro y mengua de los valores morales y políticos, o la reducción de la vitalidad del organismo político socava el lenguaje?
Cuando hemos escuchado a políticos que tienen responsabilidades en primera línea hablar de "aquelarre de carcamales resentidos" o de "cambiar la peana y conservar el santo"; cuando observamos con preocupación que grupos autodenominados Manos Limpias son capaces de provocar una herida profunda en la sociedad española; cuando leemos cómo ciertos representantes de la Iglesia católica esgrimen con rabia y pretenden imponer el argumento de la libertad en una sociedad que evoluciona, creemos que deberíamos trabajar más la historia, la memoria y el análisis del discurso en los universos educativo, mediático y político, con el fin de acostumbrar a la sociedad a una mayor exigencia de respeto, ética y rigor.
No solo para disminuir el ruido ensordecedor sino, sobre todo, para intentar seguir construyendo una democracia sana y lúcida.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 29 de julio de 2010