En este cuento, escrito en 1981, lejos de Argentina pero con Buenos Aires en el pensamiento, confluyen varias de las obsesiones del magnífico cuentista que es Cortázar (Bélgica, 1914-Francia, 1984): el amor encontrado a la vuelta de la esquina, casi por azar pero fatalmente; el juego como motor del mundo; los senderos sinuosos de la creación artística, la presencia inequívoca de la crueldad humana; la denuncia de la dictadura, la militancia política. Gracias a la segunda persona en clave porteña, la voz narrativa se torna íntima y adquiere la tesitura de un susurro que apremia. El ritmo del texto es veloz pero a la vez sigiloso y nos conduce, como en un auto sin frenos, a un final sorpresivo en el que se descubre la identidad de la enmascarada narradora. Un desplante de virtuosismo literario pero, además, poderosamente conmovedor.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 21 de agosto de 2010