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ni contigo ni sin ti | cine

MADRID

Madrid es una ciudad tan rara que muchos madrileños fingen que no lo son. Es más auténtico tener un pueblo al que volver. Madrid es el poder, la arrogancia, y está mejor visto un pasado más humilde. Si aplicamos la máxima pujoliana -es catalán todo aquel que vive y trabaja en Cataluña- casi todos los políticos de primera fila son madrileños. Pero insisten en negarlo.

Suárez, hijo de los ministerios de la capital, fingía que nunca había dejado su Cebreros natal. González siempre ejerció de sevillano. Jaume Matas, que en Madrid era Jaime, llegó a presidir Baleares desde la capital. Zapatero, que entró en las Cortes con 24 años, siempre quiere volver a León. Hasta Aznar se hizo pasar por un castellano de Valladolid. Y eso que era y es un madrileño de libro, del colegio del Pilar, ese que ahora, quién lo diría, es concertado y... ¡gratuito! Qué escándalo para las señoras del barrio de Salamanca. Menos mal que dicen que allí siguen las familias de siempre.

Los periódicos locales, en verano, exhiben fotos de políticos descansando en la zona. Todo son palabras amables. En bañador, nuestros próceres parecen menos fieros. Y eso que, especialmente en Marbella, Sotogrande y Mallorca, donde se concentran, dedican las vacaciones a conspirar.

Ahora que acaba agosto, todos empiezan a pensar con horror en volver a Madrid. Es como una droga: no quieren dejarla, les encanta, pero le culpan de todos los males.

Madrid es ya un cliché comodísimo para hacer política autonómica. Coja cuatro personajes extremos, multiplíquelos, y ya tiene enemigo. Curri Valenzuela, una presentadora de Telemadrid que en su mejor momento tuvo 90.000 espectadores a una hora imposible -las 13.00-, es conocidísima en Cataluña, donde sus barbaridades anticatalanas son la estrella de APM, un programa de humor de TV3 que roza los 500.000 televidentes.

Mariano Rajoy, que se define a sí mismo como "un señor de provincias", lleva más de 20 años viviendo en Madrid. Pero solo disfruta de verdad cuando viaja por los pueblos. Cuanto más pequeños, mejor. Allí él es un señor que sale en la tele, y nadie le pregunta por Gürtel, Camps o Esperanza Aguirre.

En las elecciones gallegas, en O Barco de Valdeorras (Ourense), mientras Gürtel hacía estragos en Madrid, José Luis Baltar, el cacique local, le arrastró a un bar enorme a gritos: "Están todos invitados, cóbramelo a mí". Rajoy estaba como en éxtasis. Los paisanos le abrazaban, las señoras le besaban. Así que en un momento, sentado en una mesa frente al río Sil, soltó con mirada pícara: "Lo que hay que lograr es la independencia... de Madrid".

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 22 de agosto de 2010