No tenemos ninguna referencia de esos hombres y mujeres cuando parten, son profesionales que, cumpliendo su contrato de trabajo, acuden a "guerras justas" y no de ocupación y expolio como eran antes. Van mandatados por las democracias occidentales para erradicar el integrismo religioso que alimenta al terrorismo internacional.
Recuperan su identidad individual cuando mueren, entonces sí aparecen en los medios con nombre y apellidos; y en algún lugar se levantará un monumento, con voluntad de permanencia, donde se grabará su nombre a cincel y fuego, para recordarlos como héroes ejemplares. Pero también serán olvidados; como las otras víctimas, las más numerosas, que son los civiles iraquíes, afganos, congoleños..., que devorados por los conflictos, mueren o desaparecen anónimamente, olvidados por lo abrumador de las cifras y la premura de sus convecinos por seguir viviendo.
No podemos renunciar más veces a la memoria, repetir los mismos errores. Es urgente buscar ámbitos para el diálogo entre la diversidad de los pueblos, y proceder a un reparto más equitativo de los recursos económicos, porque las guerras, de aquí y de allí, siempre las perdemos los mismos, hasta que algún día, no lejano, las perdamos todos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 27 de agosto de 2010