No hay derrota dulce. Lo que hay es derrotas que se posan poco a poco, como el otoño, y no parecen derrotas, sino proceso natural. La derrota de la selección de baloncesto contra Serbia en el Mundial se puede endulzar con la idea de que los baloncestistas españoles llevaban regalando éxitos desde 2006; pero La Divina Comedia sostiene que nada hay más triste que recordar los tiempos felices en la desgracia. El deporte ofrece un margen escueto entre ganar y perder. Otras cosas, no. Siempre se pierde.
La Sexta ha impuesto su modelo de transmisión deportiva agradable, eficaz y bien narrada, pero a mitad de partido nos coló otra derrota: los comentaristas técnicos, Epi y López Iturriaga, asumieron el papelón de marcarse un espacio promocional entre las gradas de prensa, con sendas latas de bebida y un diálogo espeso, que resolvieron con gesto cabizbajo y sonrisa ladeada.
Ya en días previos, el locutor cantaba entre canastas los encantos de unos destinos playeros, al estilo de la radio más comercial, donde se comenta una noticia tras alabar una leche descremada. Otro bocado del dinero sobre la estética informativa. Pero tan natural que uno se pregunta no tanto cómo podemos admitir esto, sino cómo es que no había sucedido antes.
Que fueran Epi e Iturriaga los encargados del evento dolía aún más. Fueron jugadores eminentes que desempeñan la labor de comentaristas con exquisitez. Iturriaga es con Michael Robinson el mejor analista de su deporte. Con labrado descaro, permiten saborear el juego con inteligencia y humor, ambos comparten un gen competitivo, a la manera de los personajes de Damon Runyon, dispuestos a apostar por ver qué gota de lluvia se desliza más rápido por el cristal de la ventana.
Son un lujo en las retransmisiones. Por más que las retransmisiones progresen hacia el pasado y hagan bueno lo que dijo Miguel Mihura cuando se inventó la tele: por fin la radio ya se puede ver. Un visionario.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 10 de septiembre de 2010