Tengo 31 años. Supongo que a muchas personas de mi generación les suena la frase que da título a esta carta. "Tú, lo que tienes que hacer es ir a la Universidad, hijo", nos decían nuestros padres. Y eso hicimos la gran mayoría. Mientras estábamos en el instituto, soñábamos con esas universidades que salían en series norteamericanas como Sensación de vivir, con sus taquillas en los pasillos, las chicas guapas, fiestas a tutiplén, etcétera. Soñábamos y creíamos que en el futuro, nuestro trabajo, con el cual nos íbamos a ganar la vida, dependía de ella, de la universidad.
Bien, pues transcurridos los años y una vez terminado mi periplo universitario, mi primer trabajo fue de pinche de cocina, posteriormente de teleoperador y hasta hace una semana de recepcionista en un hostal. Este era el "grandioso" futuro que me esperaba tras licenciarme. Alguno se preguntará: "¿Te habrás presentado a las oposiciones?". Pues sí. Seis años (uno más que la licenciatura) he tenido que esperar para entrar en una bolsa de trabajo donde hay más de 3.000 personas. Para qué voy a seguir escribiendo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 11 de septiembre de 2010