Como muchos de los testimonios que en este diario han aparecido, yo también he pasado por la desesperación de estar parado. Tras varios años de carrera compaginada con trabajo, sabiendo inglés y alemán, y tras trabajar dos años en una empresa -que desde luego apenas tenía que ver con mi formación- por 800 euros al mes, me encontré formando parte de esa fría estadística. Con un nudo en la garganta, y mala leche contenida, cuando nos hablan de la generación perdida los mismos que nos prometieron el cielo. Con unos padres (y una pareja maravillosa) que lo pagan todo, que aunque intelectualmente lo entienden, no son capaces de interiorizar el que hoy en día haber estudiado no es una ventaja, e incluso puede ser un obstáculo. "Estudia una carrera y serás alguien". Ya, claro.
Tras la última entrevista, un SMS me confirma que no me seleccionan, pero que guardan el currículo. Lo de siempre. Pero hay un cambio, un bendito cambio al fin que rompe esta rutina. Tres días después me llaman, porque sí han guardado mi currículo. Que si me sigue interesando trabajar. Y de lo mío. No escucho lo que sigue. Casi no sé lo que respondo. Solo sé que al acabar la llamada, levanto los brazos y grito. Por fin. Empiezo a trabajar. Vuelve la esperanza.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 25 de septiembre de 2010