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COLUMNA

Había que ir

En la Ser escuché, el miércoles mismo, dos ideas que creo podrían definir bastante bien el estado de ánimo con que muchos y muchas encarábamos la jornada de huelga y movilizaciones. Una, que aquel debería ser declarado el día del huérfano político (o sea, respecto a Zapatero: ni contigo ni sin ti...) La otra, expresada así: "no sé si esto, pero algo había que hacer..."

Superada la primera perplejidad sobre los plazos y el modo en que fueron decididas y convocadas las protestas, analizada y despejada alguna duda peluda respecto a cuánto vuelo se podía a dar a la derechona contra el gobierno socialdemócrata... lo siguiente era ponerse sin reservas del lado de los nuestros, los trabajadores y las trabajadoras, las paradas y los parados, la ciudadanía en trance de perder derechos (incluso fundamentales) día a día, hora a hora. Si los mercados internacionales ejercen presiones, no veo por qué no lo tiene que hacer la población vapuleada por esos mismos mercados. La diferencia es que el FMI es más "elegante" y juega con ventaja: no necesita de piquetes ni pancartas ni obliga a sus miembros a renunciar al jornal.

Afianzada la conclusión de que era preciso ir, amaneció la madrugada del 29 con dificultades para escrutar, a título individual, el alcance del seguimiento. Desde mi ventana en Valencia aprecié una notable disminución del tráfico. Pero la Ciudad de la Justicia (una citación judicial para testificar obliga mucho) bullía de funcionarios y usuarios, y el único rastro de huelga eran unos piquetes educadísimos que nos daban los buenos día al entrar. Este periódico había adelgazado considerablemente y TVE emitió informativos reducidos y apenas nada de la programación habitual. Quitando de la prensa no compré ni pan. Por la tarde fuimos a la puerta de Bancaja con En Moviment, a preguntar retóricamente dónde están nuestros dinerillos. Por supuesto, no recibimos respuesta alguna, y desde luego que sabemos dónde están. Y después nos sumergimos en la marea roja que se medioatascó entre San Agustín y Colón.

De nuevo más preguntas: si somos capaces de salir a la calle en tan ingente número ante unas decisiones del gobierno central, ¿por qué no reaccionar con la misma contundencia contra los desgobiernos autonómicos? Resumiendo mucho, también urge exigir rectificación a: la privatización de los servicios públicos, los desastres en política educativa perpetrados por Hércules Font de Mora, la destroza del territorio, el insulto ruinoso de RTVV, el incumplimiento de la ley de dependencia, la pérdida de un tercio de los empleos industriales, el 24% de paro, la baja renta per cápita, los 40.000 millones de deuda de la Generalitat no precisamente invertidos en el bienestar general, la ausencia de políticas de igualdad, el desprecio a la lengua y la cultura, los ataques a la libertad de expresión, la corrupción y el amiguismo... En fin, a cada cual lo suyo. Y si hemos dejado de otorgar callando mucho me temo que, entre éstos y los de más allá, habrá que seguir en marcha durante largo tiempo.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 1 de octubre de 2010