Mariano Rajoy, con el tiempo, puede ir construyendo un personaje interesante. Creo que va en la línea correcta. Hay dos formas de labrarse un carisma en política. Por la palabra, a lo Churchill. O por el silencio, a lo Deng Xiaoping, a quien, no obstante, se le atribuye uno de los aforismos más brillantes de la historia universal del cinismo: "En China, quien practica bien el capitalismo se enriquece y quien habla bien de él es fusilado". El caso es que nuestro líder conservador ha hecho su declaración más importante en lo que va de legislatura, por lo que ha pasado muy inadvertida. Estoy cansado de hablar de Zapatero, confesó Rajoy en el Foro de Abc. Que el primer candidato a presidente esté cansado de hablar (mal) del presidente significa un giro radical en su discurso. Porque de lo único que hablaba hasta ahora Rajoy era de Zapatero. El resto era silencio. Sobre todo en lo concerniente a su partido. Cualquier periodista, tertuliano o sastre parece saber más del Partido Popular que su secretario general. Cuando le preguntan por Camps o por Cascos o por Aguirre, por no citar al Temible Ciclón de las Azores, Mariano no responde, pero en su mirada adivinamos el espanto que le causa pasar revista a su propia tropa. Si Rajoy confirma su estrategia de abandonar su monotema, Zapatero, y consolida su retórica silenciosa, habrá dado un gran salto adelante en la conquista del poder. Los publicistas le dirán que no. Que hay que ocupar primeras planas y hablar en prime time. Pero Mariano parece haber intuido que hay momentos históricos en que valen más 15 minutos de anonimato que los tan disputados 15 minutos en el candelero. De Churchill se decía que pasaba gran parte del día preparando sus discursos espontáneos. Rajoy tiene fama de ser algo indolente, pero su imagen puede cambiar cuando se dedique a preparar a fondo sus silencios improvisados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 2 de octubre de 2010