Es de esas obras que uno debe transitar varias veces a lo largo de su vida. Y si es con un buen montaje, más aún. El alcalde de Zalamea, de Calderón, es mucho más que un gran clásico universal. Este drama de labradores, convertido desde hace siglos en una obra maestra de nuestro teatro áureo, es una pieza sutilmente poliédrica que, según desde qué ángulo se la mire y analice, las conclusiones pueden ser muy distintas.
Ahora es la Compañía Nacional de Teatro Clásico la que se ve obligada, como es de sentido común, a ponerla en pie con puesta en escena del propio director de la compañía, Eduardo Vasco, quien ha tenido el acierto de contar de protagonista con Joaquín Notario, un Pedro Crespo excepcional, como lo fue Jesús Puente en el montaje de José Luis Alonso, en los años ochenta.
Hay más cosas interesantes en este espectáculo de obligada asistencia para quien no lo haya visto. Y para quien sí, casi que también. En el teatro Pavón.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 3 de octubre de 2010