Recoger una oveja muerta para quemarla cuesta 40 euros. Por ella viva se pagan 25. Este es solo uno de los disparates que une como víctimas a buitres y ganaderos. Fue irresponsable pero necesario para el negocio de recogida de reses muertas cerrar los muladares, los lugares donde los ganaderos depositaban sus reses muertas; fue imprescindible aplicar a medias leyes europeas y nacionales que hace mucho enterraron la psicosis de las vacas locas para decir que los buitres no tenían culpa, que es prioridad su conservación y que son la mejor alternativa, por sostenible económicamente y por sana para el medio ambiente, a la incineración de reses muertas.
Con cuatro años con el hambre a cuestas, los buitres ya no son trashumantes de viento y devoradores de muerte y sí son mendigos de cuneta, vertedero y de algún comedero donde lavar nuestra imagen racionando comida para gestionar a una especie antaño abundante y tal vez pronto reliquia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 16 de octubre de 2010