Por mucho que intenten en los madriles apropiarse de la patente para el mercado hispánico, el Tea Party, ese movimiento reaccionario que sacude la América de Obama, se inventó aquí y el Gobierno valenciano podría aliviar sus exhaustas finanzas a poco que reclamase los royalties que en justicia nos corresponden. Ciertamente Sarah Palin y sus cruzados han adaptado el discurso a una clientela de barbacoa, rodeo y misa dominical, poco exigente en rigor científico. Así se explica que confundan masturbación con adulterio, o renieguen de la teoría evolutiva de Darwin y atribuyan a un creador todo cuanto divisan sus ojos. Un creador al que se le fue la mano. La derecha para más señas. En la América profunda y en la Valencia superficial, lo que importa es hacer caja. Encaramarse al Gobierno facilita bastante la empresa, como acredita el modelo aborigen. Y aunque el objetivo es cristalino, centrar la atención del respetable en la estrategia y el método, tiene la virtud de enmascarar la verdadera intención de la peña, que no es otro que el asalto al botín. Del búnker barraqueta que alumbró el cretácico valenciano a este PP hegemónico en preferencias electorales y en procedimientos judiciales, van treinta años largos de experiencia que para sí quisieran los de la tisana madrileña o norteamericana. Desde la masacre a cuenta de los símbolos, inventos filológicos y hazañas medievales hasta los nuevos discursos coercitivos sobre usos y abusos del agua, urbanicidios en general y agravios de terceros, nuestra Barraca Party no solo rindió a los adversarios, sino que impuso el nuevo orden en forma de surcos discursivos por los que se arrastra la izquierda del quiero y no puedo, aburrida salvo excepciones y sin valor para abandonar un tapete donde le dejan jugar, aunque con las cartas marcadas. Ni siquiera respetaron la promesa de paz a cambio de territorios, porque los conquistaron todos y cada víspera electoral dejan salir a los viejos fantasmas del ropero. Con las arcas vacías, un horizonte apocalíptico y una deuda que perdurará por los siglos de los siglos, la derecha indígena saca pecho entre tanto surfea sobre un oleaje de sumarios. Mientras el Tea Party y sus imitadores improvisan carnavales y doctrinas sobre las que abordar el presupuesto o seguir practicando la depredación, la Barraca Party ya dedica las huchas del Domund a comprar pisos y garajes. El invento no consiste en recluir a la socialdemocracia en sus tradicionales tareas de saneamiento para cuando los señoritos regresen con sus tropelías, sino en rebañar el plato, sacarle brillo y pese a la devastación reinante, deslumbrar a la parroquia con nuevas fantasías sin riesgo de revueltas. Que por bastante menos a Napoleón le buscaron un disgusto dos siglos atrás. Ni siquiera su patente de corso puede compararse a la impunidad de que goza la Barraca Party.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 20 de octubre de 2010