No cabe duda de que las prisas de Rajoy en llegar al poder pasan por hacerse con la presidencia de Gobierno y así tapar los casos que afectan al PP. No existe tal código ético: mantiene casos tan sonados como los de Camps y Fabra. Son verdaderos escándalos que ponen en cuestión la conducta política de quien los arropa con sonoros silencios pese a las evidencias. Lo demás, el trabajo sucio frente a la crisis internacional, le viene dado por las duras reformas que se han llevado a cabo. Mala praxis se asienta para un candidato que aspira a gobernar, que lejos de erradicar la corrupción política, con su pasividad, la alienta.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de octubre de 2010