Lograron introducirse en la madurez sin sonar maduros y pasaron su juventud evitando parecer jóvenes. Son dos artistas tan admirables que hasta parecen personas. Y es que se establecen relaciones tan reales con ellos que, cuando se equivocan, quieres invitarles a una cerveza, no
ponerte a leer novela negra sue-
ca o escuchar a Animal Collecti-
ve. Quince años siendo relevantes y actuales sin entrar o salir de modas o listas de lo mejor del año. Aquí unen por primera vez sus luces -la ironía dramática y generacional del escritor y el talento melódico del músico— y sus sombras -el exceso de sentimentalismo de Hornby y el desorden de Folds— en el mejor disco decepcionante de la historia. A la perfección solo aspiran los cobardes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de octubre de 2010