El cambio de Gobierno anunciado por Zapatero después de que el Congreso rechazara las enmiendas a los Presupuestos tendrá -como las navajas de los excursionistas- diferentes usos políticos según lo requieran las necesidades. Por lo pronto, es una consoladora respuesta al desasosiego de la clientela del PSOE por las devastadoras encuestas sobre voto decidido.
Esa brusca caída no responde solo a las duras medidas de ajuste adoptadas por el Gobierno para contener el déficit: reducción del sueldo de los funcionarios, congelación de las pensiones, reforma del mercado laboral y proyecto de subida de la edad de jubilación y del plazo de cálculo de las prestaciones. A esa severa realidad se añade el generalizado sentimiento cívico de haber sido defraudado por un Gobierno que tardó demasiado tiempo en reconocer la grave situación de la economía española y todavía hace un año prometía una rápida salida progresista de la crisis mediante los estímulos fiscales y el incremento de la demanda pública.
El nuevo Gobierno dibuja la silueta de Rubalcaba como candidato del PSOE a la presidencia
Aunque los cambios respeten a los principales responsables -el presidente y los ministros económicos- de ese brusco viraje, el conjunto de altas, bajas y bailes entre departamentos marca una sensación de discontinuidad entre el pasado y el futuro. Si la incorporación de Ramón Jáuregui al Gabinete salda merecidamente una vieja deuda pendiente con este cualificado dirigente socialista, la ex comunista Rosa Aguilar y el ugetista Valeriano Gómez refuerzan el ala izquierda del Gobierno. Corredor y Aído pasan de ser ministras a secretarias de Estado sobre las mismas materias. El lloriqueante duelo de Moratinos por su cese mostró que le había tomado por sorpresa. En el renglón de las bajas, la crispada bulimia de poder de la vicepresidenta Fernández de la Vega y su balbuceante salmodia comunicativa le habían elevado al pináculo del principio de Peter.
Además de sus efectos antidepresivos y euforizantes para la desmoralizada militancia socialista que deberá enfrentarse en los próximos siete meses primero a las elecciones catalanas y después a las autonómicas y municipales, la composición del nuevo Gobierno lleva punteado en filigrana el diseño sucesorio si Zapatero decidiera no presentarse. No solo la absorción por Rubalcaba de los cargos de vicepresidente primero, ministro del Interior y portavoz le sitúan en una posición privilegiada de visibilidad y poder. Además de las sobresalientes dotes como profesional de la política que le adornan, sus vínculos de patrocinio con varios ministros, la buena sintonía con Blanco (patente en su apoyo común a la fracasada candidatura madrileña de Trinidad Jiménez, premiada ahora por su derrota con el Ministerio de Asuntos Exteriores) y la designación de Marcelino Iglesias como secretario de Organización del PSOE (en lugar de Leire Pajín, otra recompensada por sus tropiezos) hacen plausible el pronóstico sucesorio, condicionado en última instancia a la decisión final de Zapatero.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de octubre de 2010