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Análisis:EL ACENTO

Karzai se lo merece

Que una constelación de obstáculos hace imposible una victoria aliada en Afganistán es un lugar común que va adquiriendo consistencia a la luz de los acontecimientos en el país centroasiático invadido. Hasta no hace mucho, sin embargo, no se había abierto paso la certeza de que uno de esos escollos es el presidente Hamid Karzai, teórico aliado de Estados Unidos y muñidor de elecciones presidenciales y parlamentarias fraudulentas. Karzai acaba de admitir en Kabul, en respuesta a una información de The New York Times y sin aparente sonrojo, que desde hace años recibe regularmente de los dirigentes iraníes, una o dos veces al año, bolsas con muchos cientos de miles de euros para "gastos propios de su cargo". Para el presidente afgano, la largueza del régimen sacerdotal, que inicialmente había negado los pagos, es tan solo un transparente gesto de buena vecindad.

El comportamiento de Karzai no debería resultar sorprendente en el anecdotario de un Gobierno tan corrompido como el afgano, podredumbre en la que la extendida familia Karzai juega un papel relevante. Tampoco que Irán avance sus peones en Afganistán a golpe de billetes de 500 euros, incluso pagando a sus otrora enemigos jurados, los talibanes. Es solo un método diferente, o no tanto, del que emplea en Irak. Se trata a la postre de la zona de influencia de unos ayatolás chiíes poco amigos de las tropas de la OTAN.

La naturalidad mafiosa exhibida por el líder afgano habla, eso sí, del cinismo del personaje. También de su convicción de que Estados Unidos

y sus aliados durarán poco en el país -Obama busca desesperadamente una salida que no acarree el deshonor a sus tropas- y hay que prepararse para después. En ese después, Karzai juega sin ningún pudor a todas las bazas posibles: Rusia, China, Irán.

Pero lo que mejor retrata la catadura del hombre de la capa y hace sangrante la chusca historia de las bolsas iraníes repletas de euros es el hecho de que quien las recibe se sostiene gracias a miles de millones de Estados Unidos. Y a los más de 100.000 soldados americanos y de otros países que arriesgan sus vidas mientras el palacio de Kabul sigue siendo el centro de todos los negocios.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 27 de octubre de 2010