La Universidad de Oxford encargó un estudio para averiguar por qué las mujeres que se licenciaban en Historia no lograban el mismo porcentaje de máxima calificación que los varones. El estudio demostró que la puntuación más baja de los exámenes se debía a un sesgo en la evaluación que valoraban, sobre todo, el riesgo en la argumentación, lo que, de forma indirecta, perjudicaba a las mujeres, menos entrenadas socialmente en ser arriesgadas. A los dos años de que el profesorado corrigiera exámenes sin conocer si se trataba de hombres o mujeres, se igualaron las puntuaciones.
Otro estudio, en el CNRS francés, demostró que las mujeres accedían menos a los puestos de direcciones de instituciones de investigación prestigiosas. Las causas, en este caso, apuntaban al mayor gasto de horas en tutorías para el alumnado que dedicaban las mujeres, en lugar de dedicar el tiempo a escribir artículos propios requeridos para la promoción, como al parecer hacían los investigadores varones. El otro factor era la dificultad de trasladarse a otra ciudad, requisito casi imprescindible para lograr el ascenso. Las mujeres científicas o bien priorizaban el quedarse con su familia o no disponían de un esposo colaborador, dispuesto a trasladarse para facilitar el ascenso profesional de sus esposas.
Por eso, las medidas igualitarias solo tratan de corregir los numerosos factores sociales que aún desconocemos y que impiden alcanzar a muchas mujeres el lugar que les corresponde.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de noviembre de 2010