Vista la volatilidad del electorado estadounidense, que puede pasar de la idolatría a la crucifixión en menos de dos años, parece que no somos capaces de ejercer un voto responsable. Aquellos votantes que dieron la victoria a Obama en unas elecciones con un índice de participación sin precedentes, deciden hoy retirar su apoyo, por sentirse engañados, estafados. Y aquellos que dieron su apoyo al Partido Republicano, no dudan en ratificarlo alegremente, a pesar de las frívolas aberraciones pronunciadas por quienes abanderan el movimiento ultraconservador americano. Cierto es que el castigo electoral es un elemento correctivo indispensable de la democracia, pero ha de usarse en el momento adecuado. Castigar a Obama en medio de la legislatura, cuando no ha podido desarrollar su programa, implica que lo poco que haya hecho va a desaparecer bajo el manto republicano. Quizás sea Obama el que debe sentirse engañado por su electorado, que ha demostrado votar por miedo, mirando hacia atrás y no hacia delante.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 8 de noviembre de 2010