Admitámoslo: los Vampire Weekend molan mucho. Incluso anoche salieron encantados de su concierto en Madrid aquellos que acudieron con un arqueo de cejas (que alguno había), un pelín escépticos por la fama de requeteguays y modernos que gastan estos chavales. Ya se sabe: abundan las bandas a las que se ensalza más por la pose que por el alma. Pero no: Vampire Weekend, que esta noche repite concierto en Barcelona en un Razzmatazz con las entradas agotadas, demostró anoche que es, después de Arcade Fire, el próximo grupo que puede optar a llenar grandes aforos. Ves en el escenario a estos cuatro veinteañeros y comprendes la atracción estética que provocan. Se visten con prendas de Ralph Lauren, se mueven con estilo y no se les ve ni un gesto descompuesto. Estas características resultarían vacuas si luego su propuesta musical no funcionara. Pero lo hace. Fue curioso ver anoche cómo el público indie bailaba con unos ritmos que son ajenos a su pedigrí pop. La clave de esta banda es que imprime a sus canciones estructuras reggae, ska o afrobeat. Su concierto de anoche fue tan divertido que cuando interpretaron algún tema lánguido, se creó un plomizo anticlímax. "Marcha, que estamos muy calientes", llegó a gritar un espectador (la mayoría, treintañeros adictos al Facebook). Y el grupo volvió al frenético ritmo con piezas de su segundo y último disco, Contra.
Vampire Weekend demostró que es una excelente oportunidad para que el público indie y moderno se tome la música como un entretenimiento y no como una militancia. Desde luego, los primeros en agarrarse a este lema son los propios Vampire.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 13 de noviembre de 2010