Entrevista con un verdugo: ese podría ser el título de una nueva ficción hollywoodiense. Pero solo se trata de una realidad banal en Estados Unidos, donde 3.500 personas esperan la muerte en las cárceles. Fue durante el rodaje de un documental, que se emitirá en France 2, cuando Jérôme Brézillon y yo quisimos conocer a aquellos cuya profesión es la muerte. En McAlester, una pequeña ciudad sin alma de Oklahoma, en el sur de Estados Unidos, los empleados de la sección de alta seguridad del centro penitenciario llevan a cabo el proceso. En las noches de ejecución, el procedimiento se pone en marcha, "perfeccionado" con los años gracias a las experiencias anteriores En una habitación contigua a la sala de ejecuciones, tres personas anónimas encapuchadas -a menudo militares o policías jubilados contratados por la prisión- accionan las jeringuillas que, al otro lado de la pared, inyectan los venenos en el condenado. La ley prohíbe divulgar su identidad o tratar de ponerse en contacto con ellos. De todas maneras, no tendrían mucho que contar: no ven a los condenados desde la habitación en la que operan. Técnicamente, ellos son los verdugos. Hemos conocido a "los otros", los que llevan en su conciencia y en su día a día esta cruel misión: anunciar su hora al condenado; acompañarle hasta la sala de ejecuciones; ajustarle al cuerpo las gruesas correas de cuero que le mantendrán sobre la mesa de ejecución; o pedirle que pronuncie sus últimas palabras. Para ellos, el "trabajo" es más difícil: la mayoría ha vivido con los detenidos durante años y se han creado vínculos y a veces incluso amistades. Pero, en la hora fatídica, esos funcionarios tienen que olvidarse de todo. Hemos contactado con ellos gracias a unos anuncios publicados en el periódico de McAlester. Hoy en día, la mayoría ha cambiado de trabajo. Pueden hablar con libertad sin que las autoridades de Oklahoma, que se oponían a que les conociéramos, les controlen. Ellos cuentan así el día a día de la pena capital en Estados Unidos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de noviembre de 2010