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Se apagó El Ronco del Albaicín

Enrique y Granada

Ese compás que se juega la vida,

esa agujeta pinchando el vacío,

esas falsetas hurgando en la herida,

esa liturgia del escalofrío.

Esa arrogancia que pide disculpa,

ese sentarse para estar erguido,

ese balido ancestral de la pulpa

del corazón de un melón desnutrido.

Esa revolución de la amargura,

ese carámbano de pez espada,

ese tratado de la desmesura.

Esa estrellita malacostumbrada,

ese Morente sin dique ni hartura,

ese palique entre Enrique y

Granada.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 14 de diciembre de 2010