Un equipo de científicos dirigido por el doctor Philippe Charlier ha confirmado que el misterio de la cabeza de Enrique IVde Francia ha sido resuelto. El "buen rey", como fue conocido durante su mandato, murió asesinado en 1610. Y aunque recibió un entierro a la altura de su rango, los revolucionarios franceses profanaron su tumba, mutilaron el cadáver y dispersaron sus restos. Cuando se serenaron los furores, Enrique IV volvió a recibir sepultura en la basílica de Saint-Denis; con la sola excepción de la cabeza, que se creyó perdida para siempre.
Y ello fue así porque sus sucesivos poseedores a lo largo de cuatro siglos nunca lograron convencer a sus interlocutores de que la testa embalsamada con la que pretendían hacer negocio era la del rey. Hasta donde se sabe, uno de ellos fue un pintor de Montmartre que consiguió venderla a un anticuario por la módica cifra de tres francos. El anticuario no debió de amasar con ella una fortuna, puesto que solo cosechó sospechas. De mano
en mano, la cabeza de Enrique IV fue a parar a una estantería en la casa de un jubilado, donde ha sido encontrada.
Lejos de estar resueltos, los problemas comienzan ahora, una vez desvanecido el misterio. Porque, si bien existe un protocolo para los entierros de Estado, es dudoso que la República de hoy deba rendir honores a un rey de hace cuatro siglos. Y otro tanto cabría decir de unas exequias religiosas. Sobre todo cuando los honores no se refieren a su cadáver, sino a una parte de él. El hecho de que se trate de la cabeza, y no de un dedo, hace que el asunto resulte menos embarazoso, pero igualmente desconcertante. Por si acaso, el administrador de la basílica de Saint-Denis ya ha adelantado que el hallazgo no cambia nada.
Mientras se resuelve qué hacer con la cabeza de Enrique IV, cabría considerar su rocambolesca historia como una metáfora del destino. Una testa coronada que acaba en una estantería en la casa de un jubilado entraña una impagable lección sobre los caprichos de la fortuna; tan impagable que, pensando en las generaciones futuras, tal vez lo mejor sería dejarla donde la han encontrado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 20 de diciembre de 2010