El Partido Popular se quedó compuesto y sin novia a las puertas del altar. Los diputados populares acogieron con rabia y colosal enfado el acuerdo de investidura entre convergentes y socialistas que les ha hurtado el protagonismo que habían adquirido en los últimos días. "Nos hemos sentido engañados", sostienen fuentes del PP en alusión a sus negociaciones frustradas con CiU. Su sensación es que los dos partidos ya tenían ligado el acuerdo desde hacía ya tiempo.
Pese a todo, Alicia Sánchez-Camacho, presidenta del PP, acogió desde el atril el protocolo con elegancia y lo definió de "absolutamente legítimo", aunque reprochó a Mas que eligiera al PSC, el líder del tripartito, frente a cualquier otra opción. "Somos un partido responsable y nos hubiera encontrado en la investidura", dijo insinuando que en otra circunstancia se habría abstenido facilitando su elección.
De hecho, había elementos que apuntaban en esa dirección. Mas, en contra del criterio de diputados de CiU, cedió a la exigencia de Sánchez-Camacho de salir de la esquina derecha del hemiciclo para situarse en el espacio central. Y, además, le entregó la primera secretaría de la Mesa. Y hasta Mariano Rajoy, respecto a la posible abstención, había dicho: "Estamos aquí para construir".
Pero el jueves, CiU no tenía avalada la abstención del PP, que le pedía que renunciara a su plan soberanista. Mas se negó. Los dos partidos comparten las recetas económicas y coinciden en la supresión del impuesto de sucesiones pero les separa un mundo en asuntos como la nación o el pacto fiscal. "No perdamos el tiempo. No nos pondremos de acuerdo en eso. Forma parte de su genética y de la nuestra. Para ustedes, España es un Estado y una nación y para nosotros, Cataluña es una nación", le espetó Mas a Sánchez-Camacho. Y le pidió que tenga respecto al pacto fiscal la misma actitud que en Euskadi y Navarra.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 24 de diciembre de 2010